lunes, 5 de diciembre de 2016

ERNESTO SÁBATO: Un acontecimiento sincrónico personal.

Ernesto Sábato
En la bondad se encierran todos los géneros de sabiduría. (Ernesto Sábato)

Me une a Ernesto Sábato un bello acontecimiento sincrónico que me marcó en un momento de mi juventud en el cual me hallaba muy confuso. Eran días en los que, como hacía ya desde unos años antes, mis paseos del sábado por la mañana siempre llegaban a una conocida cadena de tiendas en las que, amontonados en palés, se ofrecían libros a precios de saldo. Recuerdo especialmente las pilas y pilas de los pequeños libros de la antigua editorial Bruguera, aunque también los había de algunas otras editoriales. Allí había encontrado tiempo atrás libros de Lovecraft, William H. Hodgson, Jorge Luis Borges, Jean Cocteau, Boris Vian, Malcom Lowry, Cesare Pavese (allí encontré su gran Oficio de vivir), así como varios libros de poesía de la editorial Júcar de una colección llamada "La voz de los poetas", que junto a su biografía ofrecía una pequeña selección de su obra. Aún recuerdo que por más o menos cien pesetas (menos de un euro) podía llevarme tres ejemplares.

I. PRIMER CONTACTO: Sábado 2 de febrero de 1980.

La historia empezó uno de estos sábados: el dos de febrero de 1980 - unos pocos meses antes de tener que partir al servicio militar que en aquellos momentos, y desafortunadamente, teníamos que cursar obligatoriamente. El porqué recuerdo tan exactamente la fecha es algo que no tardaré en comentar. Aquel sábado, como tantas otros, había salido a realizar mi paseo matinal para acabar, como siempre, en aquella librería urgando entre las montañas apiladas de libros. Recuerdo de aquel día que compré las Vidas Imaginarias de Marcel Schwob, así como Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de Thomas de Quincey, y alguno más que ahora no recuerdo. Al llegar a casa abrí el sobre donde llevaba los cuatro o cinco libros que había comprado. Sorprendentemente uno de ellos no era de los que creía haber escogido. ¿Lo había cogido por error? Claro, qué si no. Se trataba de Hombres y engranajes y Heterodoxia de un tal Ernesto Sábato, de la editorial alianza emecé. Era un libro que recogía dos obras que reflexionaban sobre temas literarios, históricos, sociales y filosóficos. Recuerdo aún el impacto que causaron en mí las tres primeras líneas con las que empezaba el libro, pues las sentía especialmente dirigidas a mí:

Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansia el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-mismo.

Estaba cursando en aquellos momentos cuarto de biología, a la vez que sufría, desde que empecé la Universidad, de "preocupantes desviaciones" hacia el mundo de la literatura, la psicología y la filosofía. Al mismo tiempo me ahogaba en un trabajo administrativo, como también me sofocaba en una relación afectiva que no funcionaba entre otras cosas que me perturbaban y que me tenían sumido en una gran confusión y angustia.

No es de extrañar que tras este comienzo del libro mis ojos ya se quedaran pegados a aquella primera página que cuanto más la leía más me parecían sus palabras dirigidas hacia mi persona. Dice Sábato en esas primeras líneas:

La existencia, como al personaje de La náusea, se me aparecía como un insensato, gigantesco y gelatinoso laberinto; y como él sentí la ansiedad de orden puro, la necesidad de una estructura de acero pulida, nítido y fuerte. Así lo había sentido ya en mi adolescencia, cuando me precipité hacia la matemática, y ahora se volvía a repetir el fenómeno, aunque con más fuerza y desesperación. De ese modo, retorné a un universo no carnal, a esa especie de refugio de alta montaña al que no llegan los ruidos de los hombres ni sus confusas contiendas. Durante algunos años estudié, con frenesí, casi con furor, las cosas abstractas, me di inyecciones de transparente opio, viví en el paraíso artificial de los objetos ideales.


Pero, y como añadía tras ese punto y a parte: en cuanto levantaba la cabeza de los logaritmos y sinusoides, encontraba el rostro de los hombres. Así descubrí que Ernesto Sábato era un físico (doctorado en la Universidad de la Plata en 1938 - Argentina -) que había trabajado sobre radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie, y que lo había abandonado para relacionarse con el surrealismo en París. Un científico que había abandonado la Ciencia para dedicarse no se sabe muy bien a qué (No soy un filósofo y Dios me libre de ser un literato, dice), aunque entendí que tenía que ver con reflexionar sobre el ser humano y sobre él mismo en un mundo confuso. Se retiró definitivamente del mundo de la ciencia en 1943 en Pantanillo, en la provincia de Córdoba, donde residía en un rancho donde no tenía ni luz ni agua, sólo dedicado a la escritura. Una vez más sus palabras, acerca de los trabajos que presentaba en este libro, me llegaban como propias:

No creo que sea muy desacertada tomarlas como una autobiografía espiritual, diario de una crisis, a la vez personal y universal, como un simple reflejo del derrumbe de la civilización occidental en un hombre de nuestro tiempo [...] es la crisis de toda la civilización basada en la razón y en la máquina [...] Son la expresión irregular de un hombre de nuestro tiempo que se ha visto obligado a reflexionar sobre el caos que le rodea.

Unos meses más atrás, no muchos, yo había escrito los siguientes versos:

                                                            Mi poesía
                                                            es la poesía de un hijo pródigo
                                                            que perdió el hilo de su tiempo,
                                                            que se perdió en su sinsentido,
                                                            que no sabe bien si quiso perderse
                                                            o le perdieron, o tal vez ambas a la vez.
                                                            [...]
                                                            Es una poesía que habla de soledad y de muerte,
                                                            que desea la sabiduría de comprender la primera
                                                            y aprender a respetar la seducción de la segunda.
                                                            Es, en fin... poesía del desencanto,
                                                            de ese tener que luchar cada día
                                                            en un mundo que ya no se si es el mío.
                                                            De un mundo que me hace enemigo de mí mismo.

La misma tarde de aquel sábado acabé con la lectura de "Hombres y engranajes", e imposible dejar aquellas páginas, la misma noche del sábado al domingo acababa con "Heterodoxia". Como me había ocurrido antes con Kafka o con Hesse, o con Nietzsche, aquellas páginas me hacían sentir acompañado, como si me hallara contenido por un espíritu afín. Pero era la primera vez que sentía tan cuestionada mi actitud hacia la ciencia vista como un refugio de un "mundo que ya no sabía si era el mío", un mundo en el que me costaba desenvolverme y en el que mi sentimiento de soledad se hacía penoso e impuesto a diferencia de la soledad que vivía cuando me sentía solo con mi propio mundo interno, en esa diferencia que tan acertadamente hallamos en los matices diferenciales de las palabras inglesas para esos tipos de soledad impuesta o elegida: loneliness y solitude. Sin embargo, recuerdo como me afectaron las palabras que Sábato pone en Juan Pablo Castel, el protagonista de su novela "El túnel" cuando dice:

Generalmente, esa sensación de estar sólo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica.

Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba sólo como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero  comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio...

Sábato representaba un tipo de inquietud que vivía en aquel mundo como una tensión entre la torre de marfil que el mundo "perfecto" de la ciencia me ofrecía y el mundo incierto, "fangoso", de límites difusos, que la literatura y la psicología, y que cierta filosofía, la que me llegaba en especial a través de Nietzsche o Kierkegaard o Hesse (recordemos Demian o Bajo las ruedas) disponía las luces más brillantes junto a las más profundas tinieblas. Mi sentido de inadaptación y vergüenza con la que me acompañaba mi estar en el mundo, así, como dice Sábato con esos sentimientos de desprecio hacia él y de desesperación en él.

II. SEGUNDO Y TERCER CONTACTO: Domingo 3 d febrero de 1980.

En aquellos tiempos sin internet era difícil obtener información inmediata, y yo estaba sediento de saber más de Sábato. La mañana siguiente, tres de febrero, y tras comprar el periódico La vanguardia quedé fuertemente sorprendido al hallar entre sus páginas interiores, en la sección "Fin de Semana", una página entera dedicada a él, una página que aun conservo, de ahí la precisión de las fechas. Con el subtítulo de "pensador y solitario", Lluis Permanyer presentaba su persona y su trayectoria, mientras que en la parte inferior de la página Sábato respondía a una serie de preguntas bajo el título de "cuestionario Proust". También se mencionaba un artículo llamado "Censura, libertad y disentimiento" que aparecía en "Apologías y rechazos", un libro de ensayos de reciente publicación. Estaba ansioso de hacerme con él, necesitaba saber y leer más acerca de este hombre, pero era domingo. Me sentía exaltado por las coincidencias que se habían dado: la inesperada aparición de su libro, sus contenidos que me afectaron tan profundamente, la aparición al día siguiente de esta página del periódico dedicada a su persona... Poco me podía esperar que iba a saber más de él antes de una hora.

Sucedió paseando por el parque de la Ciudadela que vi un libro solitario sobre un banco. Me acerqué a él con una cierta curiosidad. No había nadie alrededor. Noté como el asombro me embargaba cuando al cogerlo y mirar su portada vi "El túnel" de Ernesto Sábato. Me senté en el banco totalmente conmocionado por aquella serie de coincidencias. Sentado esperé que quizá llegara su propietario mientras ojeaba las páginas del libro sin querer leerlo, aunque no evité reparar en la cita que se hacía antes de empezar las primeras líneas de la novela: "... en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío". Sabía muy bien, por absurdo que pareciera, que todo aquello estaba pasando por algo, que toda aquello tenía que ver conmigo, que estaba siendo interpelado por algo que desconocía. Consternado volví a casa dispuesto a leer ese nuevo libro de Sábato que el destino había puesto en mi camino. Una vez más aquella novela me afectaba especialmente a través de sus personajes y sus andaduras, Juan Pablo Castel y María Iribarne. Algunos de sus párrafos me resonaban poniendo palabras precisas a sensaciones o sentimientos que yo albergaba en mi interior. El pesimismo existencial de Castel:

A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a comenzar la comedia inútil.

O el rechazo que sentía en general por la humanidad:

Autorretrato verde - pintura E. Sábato -
... siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobretodo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Alguno hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobretodo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero en general, la humanidad siempre me pareció detestable.

O el enamoramiento enfermizo en su primer encuentro con la misteriosa María Iribarne, donde ya se percibía la proyección del arquetipo de la ánima sobre la joven:

... no aparentaba mucho más de veintiseis años, pero existía en ella algo que sugería edad, algo típico de una persona que ha vivido mucho; no canas ni ninguno de esos indicios puramente materiales, sino algo indefinido y seguramente de orden espiritual; quizá la mirada pero ¿hasta qué punto de puede decir que la mirada de un ser humano es algo físico?

Se iniciaba de esta manera mi idilio con este Argentino autor de obras que, tras leer El túnel, devoré una tras otra: Sobre héroes y tumbas, Abaddon el exterminador, Apologías y rechazos, El escritor y sus fantasmas. Seguí siempre que pude su trayectoria, tanto en otros de sus escritos (Uno y el Universo, Antes del fin y Resistencia) como en su obra pictórica, también el de su increíble trabajo que dio lugar al Informe Sábato de más de cincuenta mil páginas resultado de su labor realizada al frente de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la desaparición de las personas), y cuya experiencia ante los crímenes y las víctimas de la represión de la dictadura argentina resumió en una frase: "He estado en el infierno".

Ernesto Sábato entrega al presidente Raúl Alfonsín
el informe de la CONADEP

III. SOBRE LA SINCRONICIDAD.

Después de los hechos acontecidos con Ernesto Sábato no tardaría mucho, de la mano de Jung (Sincronicidad como principio de conexiones acausales (1952) en Interpretación y naturaleza de la psique), en saber que aquella serie de coincidencias se correspondían con lo que él llamó "sincronicidad". Dicho concepto fue introducido por C. G. Jung, en su colaboración con el físico Wolfgang E. Pauli, para definir un tipo de relaciones acausales en la que los hechos que las determinan no tienen ninguna relación entre si excepto por su coincidencia en el tiempo y que, no obstante su aparente falta de vínculo causal - es decir, del tipo de relación causa-efecto -, son significativas para el individuo que las establece. No me cabía duda que había vivido un suceso sincrónico tal y como este se define:

La sincronicidad es una coincidencia entre una realidad interior (subjetiva) y una realidad exterior (objetiva) en la que los acontecimientos se vinculan por los sentidos, es decir de modo acausal. Esa coincidencia provoca en la persona que la vive una fuerte carga emocional y manifiesta transformaciones profundas. La sincronicidad se produce en una época difícil, de cuestionamiento o caos. [1]

Wolfgang Pauli y C. G. Jung: la sincronicidad.

Como indica Jean- François Vézina, autor de la definición citada, se derivan de ella cuatro aspectos fundamentales que permiten distinguir la sincronicidad y que se dieron en el suceso que aquí he narrado:

1. La coincidencia es de tipo acausal, es decir que el vínculo entre los acontecimientos se hace con los sentidos.

2. Esta coincidencia provoca un fuerte impacto emocional en la persona que la vive, sugiriendo un gran número de imágenes simbólicas. Este impacto traduce el carácter numinoso de la experiencia, o sea, el sentimiento, por parte de la persona de ser interpelada por el inconsciente.

3. Esta coincidencia señala las transformaciones de la persona, de ahí el valor simbólico de la sincronicidad.

4. Se produce generalmente cuando la persona se encuentra en un punto muerto o en una situación caótica de bloqueo. Ese estado devuelve a la situación liminal (del latín limen que significa "umbral") de la experiencia. [2]

Sin duda todas ellas se dieron en este momento de mi vida.

Hoy, pasados ya treinta y seis años de estos hechos - tenia veintiuno cuando esto sucedió - siento que estos acontecimientos fueron como una semilla que penetró en mi alma y que lenta, pero inexorablemente, me fue guiando hacia un camino que me llevaría a cambios radicales en mi vida unos años después. No deja de ser curioso que mi abandono del mundo de la empresa, en el que literalmente me consumía en la angustia y el sinsentido como director de marketing, para formarme y dedicarme a mi actual profesión, coincide con la misma edad que Sábato abandona definitivamente la ciencia para retirarse y entregarse a la escritura: los treinta y dos años. Como también es cierto que es a partir de este momento que el arte, la psicología y la filosofía empiezan a tejerse en mi mundo como una unidad interactiva que desde entonces siempre me ha acompañado y en la que no puedo considerar las unas sin las otras y de las que este blog es una muestra.

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[1] Vézina, Jean-François. Las coincidencias necesarias. Ediciones Obelisco, pág. 34
[2] Ídem anterior, pág. 34

domingo, 30 de octubre de 2016

JESÚS LIZANO: MÍSTICO POR DENTRO Y LIBERTARIO POR FUERA.

Jesús Lizano, fallecido hace un ahora un año y medio, es uno de esos poetas que tanto quiero y al que todos tendríamos que frecuentar para recordar la fuerza de la inocencia que también habita en todo ser humano y observar que inocencia no es simplicidad ni es tonta candidez. Antes todo lo contrario: energía, entusiasmo, transparencia, sencillez, penetración, introspección, compromiso, genuina emoción, profundidad de sentimiento... hondura de una alma. Esas son también características de la inocencia o, por lo menos, de la inocencia de la que Jesús Lizano se hace voz con su poesía. Quizá por esas características que su voz nos transmite llamamos hoy a esa inocencia idealista, utópica, soñadora o incluso infantil, lo cual ya nos da que pensar acerca del tipo de sociedad que acoge a nuestros hijos. Autor de "Lizania", su gran aventura poética, se propone como defensor de lo que el llamó "misticismo libertario" que preconizaba la evolución que el veía del Mundo Real Salvaje, donde todo se incluye excepto el hombre, que se encuentra encerrado y preso del Mundo Real Político y cuyo camino de liberación le proyecta al Mundo Real Poético caracterizado por la "acracia" que, frecuentemente considerada sinónimo de anarquía es, no obstante, distinta. Mientras que la anarquía implica ausencia de gobierno o de Estado, la acracia implica ausencia de coerción, es decir, la ausencia de castigo o pena en el sentido legal o ilegal. Dice Jesús del Mundo Real Poético:

Basta observar las obras de arte y no solo ellas sino la capacidad generalizada de sensibilizarse, de sentir profundamente, de hacer vibrar la belleza que tiene en potencia lo real en los seres humanos para admitir que ese mundo real poético, ya posible en uno o en otro grado en algunas mentes, ha de serlo como desarrollo del proceso que comenzó con la aparición de la consciencia. La consciencia que solo puede ser el feliz encuentro del mundo exterior con el mundo interior. (*)

De ese Mundo Real Poético de Jesús y de ese feliz encuentro de lo externo con lo interno voy a reflexionar partiendo de una de sus poesías que más me ha marcado: "Místico por dentro y libertario por fuera". Mi reflexión partirá de los conceptos psicológicos de introversión y extroversión y de su extensión como la relación que el compromiso interno tiene su reflejo en el compromiso externo y, viceversa.

                                                                    Quien es místico por dentro
                                                                    y no es libertario por fuera
                                                                    aprisiona el alma,
                                                                    se agota el sentimiento
                                                                    antes de alcanzar otros mundos,
                                                                    pronto solo se contempla
                                                                    a sí mismo,
                                                                    es una tierra estéril,
                                                                    una voz perdida,
                                                                    una luz en una caverna,
                                                                    toda su palpitación
                                                                    se diluye en las sombras,
                                                                    no habla su silencio,
                                                                    no engendra,
                                                                    no canta,
                                                                    le bloquean todos los espejos.

Así empieza su poema donde nos habla de la esterilidad del místico encerrado en su torre de marfil, un tipo de misticismo introvertido que se encierra en su propia subjetividad y deriva en una excesiva reserva del yo que le lleva al desinterés por el mundo externo. Elige confinarse en el aislamiento (una luz en una caverna) entregándose en una autocontemplación que le aleja del mundo externo y sus vicisitudes. Alienado en su propio mundo (se diluye en las sombras) cae en la indiferencia, cuando no en el desprecio o incluso odio hacia un mundo externo que se  contempla como un mundo caído (no habla su silencio, no engendra, no canta). Renunciando a él, al que  considera básicamente amenazante y desagradable,  aspira sólo a una intensidad interna que se proyecta sobre la imagen que define su misticismo (solo se contempla a sí mismo) o, como dice Jung: "Es un sentimiento que hace silenciosos a los hombres, y difícilmente accesibles, pues frente a la brutalidad del objeto se retrae como una mimosa, para colmar el hondo trasfondo del sujeto", o según Jesús en sus versos, encerrado en su propio mundo interno "le bloquean todos los espejos".

                                                                   Quien es libertario por fuera
                                                                   y no es místico por dentro
                                                                   se pierde entre los molinos,
                                                                   sale al campo y no siembra,
                                                                   da palos de ciego,
                                                                   conquistaría el mundo
                                                                   perdiendo su esencia,
                                                                   vacío es su cántico,
                                                                   sin lágrimas, sin músicos
                                                                   en sus manos,
                                                                   sin praderas verdes
                                                                   en sus ojos
                                                                   no alcanza el abrazo,
                                                                   ara pero no siembra.

A diferencia del místico introvertido, el libertario extrovertido se nos presenta como aquel que excesivamente dirigido por el mundo externo corre el riesgo de olvidarse de sí mismo. Su excesiva proyección en el objeto le aliena en éste y por ello asistimos, con tanta frecuencia, a los cambios que sufren los seres humanos que al acceder al poder quedan cegados por él, aun partiendo de ideologías que dicen querer proteger o favorecer a sus pueblos (conquistaría el mundo perdiendo su esencia). La ceguera por el objeto, o el objetivo, les aleja del corazón - de su esencia - que sería deseable que acompañara a todo cambio (vacío es su cántico, sin lágrimas, sin músicos). Alejado de su interior carece de la hondura de alma necesarios, acabando todo en un querer llenarse de fuera, poseer o ser contenido por el objeto. Cegado, sus causas esconden un fuerte deseo de prestigio, de poder o de importancia, pero vacío de sí mismo "ara pero no siembra", su ambición también le ciega la genuina empatía y la compasión, y así, como le ocurre a Marin Marais en la película "Todas las mañanas del mundo", comentada en mi blog de cine y psicología: "ambicioné la nada y coseché la nada", es decir tengo y no soy... ¿Y sin ser qué tengo?

                                                                   Para que nació
                                                                   el ser humano,
                                                                   su aventura
                                                                   a donde le lleva.
                                                                   ¿Será lo que pudo ser
                                                                   y se perdió en sus fronteras?
                                                                   Qué puede conquistar
                                                                   si sólo contempla,
                                                                   que frutos tendrá en sus manos
                                                                   si sólo se rebela.
                                                                   Sin mundo interior qué mundo
                                                                   pretenden sus gestas,
                                                                   que plenitud será suya
                                                                   si no libera su naturaleza.
                                                                   A dónde los libertarios
                                                                   irán sin el alma herida
                                                                   y los místicos
                                                                   si sólo sueñan.

Veo el mundo libertario a la deriva y veo a muchas mentes contemplativas muy cerradas, aún, como islas en el Mundo Real Político (*)

Jesús nos plantea aquí que las contradicciones en las polaridades acaban en un dualismo negador que solo empobrece la experiencia. ¿Qué son la una sin la otra? Un místico que no compromete su alma con el mundo, o un libertario que la pierde en él y que se cierra a su alma. Ambos son hombres encerrados en su prisión, el místico en su ensimismamiento (si los místicos sólo sueñan)  y el libertario en su rebeldía ciega (que frutos tendrá en sus manos si sólo se rebela). Ambos, en cierta medida, pertenecen al Mundo Real Político y, por lo tanto, a un mundo, como dice Lizano, determinado por la "necesidad de dominantes para organizarnos" (*), ambos responden a aquella "etapa de nuestra evolución identificada por la locura" (*). No hay mística si su alma herida no se sensibiliza a las otras almas heridas, en los espejos halla tan sólo el reflejo de su alma aprisionada en su anhelo narcisista, de la misma manera que no habrá libertad si el libertario desconoce la suya... ¿Qué libertad puede proponer si ignora su propia libertad interna? No será más que ambición desatada o vacía rebeldía (sin mundo interior que mundo pretenden sus gestas). Sólo puede haber revolución con consciencia y con alma. Y sólo desde la consciencia y el alma herida es posible la única revolución real, la revolución de la inocencia, el Mundo Real Poético de Lizano.

                                                                  Sin sentir todo el Universo
                                                                  cómo liberar la tierra
                                                                  de su escarnio.
                                                                  Si vive en tí
                                                                  y no lo despliegas,
                                                                  no lo enfrentas
                                                                  a los envenenadores,
                                                                  a los carceleros,
                                                                  cuando podrá alcanzar
                                                                  el hombre su ser entero.
                                                                  Si no se ve la tragedia
                                                                  como alcanzar la alegría.
                                                                  Sin mundo interior puesto en pie
                                                                  todos los días
                                                                  como encontrar la belleza,
                                                                  como vencer el dominio
                                                                  sin que dominio se vuelva.

¡Que bellos estos versos! "Sin mundo interior puesto en pie todos los días como encontrar la belleza, como vencer el dominio sin que el dominio vuelva". Que bellos y que reales. Yo creo, como ya he dejado constancia en muchas ocasiones, que la mística es para mí una extensión del proceso de aclaramiento de la consciencia o, como diríamos en la Gestalt, del afinamiento del percatarse o darse cuenta. Creo que cuanto más clara es la consciencia más se acerca a la inocencia, y que cuando más nos acercamos a la inocencia más pequeños nos sentimos, más criaturas, y que sólo desde este sentimiento de criatura es posible sentirnos más cerca del todo.  Es la vuelta a la naturaleza que se contempla. Es el Mundo Real Poético que Jesús nos marca. Sólo desde una sensibilidad como esta se comprende "cómo liberar la tierra de su escarnio sin sentir todo el Universo" y, lo que es más importante, como liberarla sin imponerle un nuevo amo, un nuevo dominio. En la poesía de Lizano se da el misterio de la conjunción de los opuestos representada en esa unión de la que él es ejemplo, la del niño con el adulto en donde la inocencia y la consciencia van de la mano: sólo desde aquí es posible una acción que desea iguales, no dominantes y sometidos de la que gobernantes y gobernados no deja de ser una simple variación. Quien se siente tocado por la pequeñez, por el ser una simple criatura, recordemos... por ser un simple "mamífero":

                                                                  Yo veo mamíferos.
                                                                  Mamíferos con nombres extrañísimos.
                                                                  Han olvidado que son mamíferos
                                                                  y se creen obispos, fontaneros,
                                                                  lecheros, diputados. ¿Diputados?
                                                                  Yo veo mamíferos.
                                                                  Policías, médicos, conserjes,
                                                                  profesores, sastres, cantoautores.
                                                                 ¿Cantoautores?
                                                                  Yo veo mamíferos.


Decía... quien se siente tocado por la pequeñez, por el ser una simple criatura, por ser un simple "mamífero" no desea dominar ni imponer. Se da en ese ser algo que se "nota", que se "siente" y es que enseña siendo y con ello nos enseña a encontrar el camino a nuestro ser, sea lo que sea éste. La libertad de Jesús tocaba por esto... por la espontaneidad de un niño con la consciencia que da una vida, una trayectoria que tan bien se nos muestra en su poema "La conquista de la inocencia":

           Resulta que soy un niño,
           que todo
           ha ido haciéndome un niño,
           que el sufrimiento y la alegría me han hecho un niño
           [...]
           que la locura me ha hecho un niño,
           verla, palparla,
           a través de todos los disfraces y todas las máscaras,
           que el asalto de la razón a todo lo que vive
           me ha hecho un niño.


Acabemos ya esta reflexión con los últimos versos de "Místico por dentro y libertario por fuera" que abundan en la necesidad de unir ambas actitudes y que se resumen cuando nos dice con sus versos "Todos los mundos se abrazan cuando contemplas y te rebelas", y que se cierran en el ideal de la inocencia en estos otros: "No deseemos ni la paz ni la guerra, vivamos para que sueñe y se libere la esencia". Y es así, pues en el reino de la inocencia que se quiere alcanzar no hay paz y no hay guerra, hay ser con la existencia que no puede concebir ambas, pues ambas, por definición, se invocan.

                                                               No basta contemplar,
                                                               no es suficiente el grito
                                                               frente a tanta sentencia
                                                               anuladora de los sueños.
                                                               Todos los mundos se abrazan
                                                               cuando contemplas y te rebelas,
                                                               vano todo vivir
                                                               si no habitas dos mundos,
                                                               el interior y el de la selva
                                                               de todos los procesos,
                                                               si tus ojos no navegan
                                                               por los océanos del alma,
                                                               por los mares de la tierra.
                                                               Místico por dentro
                                                               y libertario por fuera.
                                                               ¿Vamos, iremos
                                                               a la conquista de la inocencia?
                                                               No deseemos
                                                               ni la paz ni la guerra,
                                                               vivamos para que sueñe
                                                               y se libere la esencia,
                                                               ay, que con tanta
                                                               facilidad nos deja.

_____________________

(*) Las citas que se hacen en esta reflexión corresponden al escrito "La salvación de la mente o el fin del Mundo Real Político", escrito publicado con la aparición de su obra poética completa "Lizania. Aventura poética 1945-2000" publicada por la Editorial Lumen

[1] Jung, C. G. Tipos psicológicos. Edhasa, par. 709.


miércoles, 7 de septiembre de 2016

J. S. BACH. LA GRAVEDAD, EL SENTIMIENTO DE CRIATURA Y EL CAMINO DE LA CONSCIENCIA.

Johann Sebastian Bach
Con el paso del tiempo la música de Johann Sebastian Bach ha sido para mi una profunda experiencia espiritual. Hablar de la música de Bach en una pequeña entrada como ésta nos permite reflexionar tan sólo sobre una pequeña, muy pequeña dimensión de toda la multidimensionalidad que la abarca. Quizá por ello he elegido un tema que particularmente para mí siempre ha sido importante, y que se relaciona con los trabajos de Rudolf Otto acerca de lo sagrado y de la experimentación de lo sagrado por parte del ser humano (el sentimiento de criatura y lo numinoso), al mismo tiempo que también abordaré la dimensión psicológica con la que esta experiencia se relaciona. No en vano, uno de sus más grandes conocedores e intérpretes, el director John Elliot Gardiner, en su monumental obra sobre Johann Sebastian Bach, y comparándolo con el otro gran genio musical de la época, George Friedric Handel, nos dice acerca de los indicadores de sus obras:"amor, furia, lealtad y poder (Handel); vida, muerte, Dios y eternidad (Bach)". [1]

En primer lugar quisiera empezar por reflexionar porque he elegido la palabra "gravedad" en relación a la música de Bach. Cuando consultamos el diccionario nos encontramos con cuatro acepciones para la palabra.  Veamos:

1. Importancia, dificultad o peligro que presenta una cosa o persona grave.
2. Seriedad en la forma de obrar o comportarse.
3. Fuerza de atracción que la tierra u otro cuerpo celeste ejerce sobre los cuerpos que están cerca o sobre él.
4. Cualidad de los sonidos graves.

Y es la seriedad y la Fuerza de atracción a lo que su música nos lleva. La seriedad, que la podemos relacionar también con la definición que la vincula con los sonidos graves, vincula la gravedad con el sentido de profundidad desnuda, despojada de cualquier afectación u ornamento innecesario. Y en cuanto a la gravedad entendida en el sentido newtoniano, es decir, como fuerza de atracción, la entiendo como la cualidad que tiene la música de Bach de atraer un cierto tipo de sentimientos y emociones generalmente desapercibidas para el ser humano, enfrascado dentro de su estrecho mundo neurótico en una sociedad alienante que aun lo neurotiza más.

Estas emociones y sentimientos a los que me refiero encontraron en su día su definición para mí cuando leí la obra fundamental de Rudolf Otto titulada "Lo Santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios" donde desarrolla sus ideas y experiencias sobre un sentimiento que llamó "lo numinoso" y que presenta como efecto sobre el ser humano lo que él llama el "sentimiento de criatura". La música de Bach atrae, como la gravedad los objetos, este sentimiento que Rudolf Otto definió como "sentimiento de criatura que se hunde y se anega en su propia nada, y desaparece frente aquel que está sobre todas las criaturas" [2], y más adelante añade: "El sentimiento de criatura es más bien un momento concomitante, un efecto subjetivo; por decirlo así, la sombra de otro sentimiento, el cual, desde luego, y por modo inmediato, se refiere a un objeto fuera de mi. Y este, precisamente es el que llamo lo numinoso" [3]. Siempre he sentido que la música de Bach ejerce una fuerte atracción de ese sentimiento de criatura como reflejo de ese sentimiento numinoso al que nos enfrenta la existencia en sí misma que nos empequeñece (el hundimiento y anegación en la propia nada), y que en términos psicológicos puede entenderse como empequeñecimiento del ego, un empequeñecimiento que, en consecuencia, nos ofrece momentos de claridad (visión clara) y sosiego. Para ilustrar esa sensación voy a recurrir a unas cuantas piezas de Bach de las más conocidas que nos permitan asomarnos a este sentimiento de empequeñecimiento y, para ello, empezaremos por el conocido segundo movimiento de la Suite orquestal nº 3, BWV 1068, el Aire para cuerda en Sol.

1. ARIA PARA CUERDA EN SOL: GRANDEZA, PEQUEÑEZ Y COMPASIÓN,



Obviamente soy consciente del factor subjetivo que hay en toda vivencia de la música, en este caso de mi vivencia. No obstante, no por ello dejaré de seguir refiriéndola al tema que nos lleva, puesto que también es cierto que muchas vivencias subjetivas coinciden en mayor o menor medida en relación a este movimiento de la suite orquestal. Rudolf Otto reconoce que hay una gran proximidad entre su concepto, y otro concepto de orden más estético que fue reflexionado por Kant, y posteriormente también por Freud,  como es el de "lo sublime", íntimamente relacionado con lo siniestro. En lo sublime, como en lo numinoso, destaca Otto, "opera sobre el ánimo una doble impresión retrayente y atrayente a la vez. Abate, humilla, y al mismo tiempo, encumbra y exalta. Restringe y coarta, y a la vez ensancha y dilata. De un lado provoca un sentimiento parecido al terror, y de otro lado proporciona la felicidad" [4].

Con esta Aria para cuerda me sucede como con los versos del último Hölderlin: mi ser es atraído hacia un lugar donde me siento mirado por una mirada que me despoja de ese ser sumido en la cotidianidad, inmerso en sus cegueras y miopías que de repente es abierto a esa dimensión de la existencia que en Gestalt llamamos del "aquí y ahora". He oído a muchos decir que lloran cuando la escuchan, y yo mismo he llorado más de una vez escuchándola, porque creo que esa música de Bach nos enfrenta de repente ante el brutal absurdo vital que vivimos: el confinamiento de la libertad, la alienación que apaga la creatividad, la indiferencia que anega la compasión, la mirada cansada que ensombrece el asombro, el narcisismo que nos coloca en el centro de Universo oscureciéndolo...

En sus notas se da una doble condición que facilita esa atracción de esos sentimientos de tristeza vital que, a la vez, se ponen en relación con la belleza y la mirada compasiva. Por un lado nos enfrenta a la extensión de la vida y la existencia a las que se percibe como algo que sentimos grande, demasiado grande y que nos sobrepasa, aquello que Otto decía de la doble impresión: lo que nos abate y humilla, y al mismo tiempo, encumbra y exalta, o como yo digo más poéticamente:

                                                            Hay que elevarse mucho
                                                            para hacerse pequeño
                                                            y asi contemplar lo grande.

Pero al yo neurótico le cuesta hacerse pequeño porque ese hacerse pequeño es hacerse vulnerable, una pequeñez que nos torna conscientes de nuestra fragilidad ante la existencia, a la vez que sólo desde ella es posible contemplar la grandeza de lo existente más allá de la estrecha perspectiva de la mirada que reconcentrada en nosotros mismos es mirada narcisista. La consciencia de la vulnerabilidad, la fragilidad nos permite captar la importancia del "aquí y ahora" contrapuesta al drama de vivir en el "antes y el después" o en "el confinamiento de los fantasmas del propio Universo psíquico". Y, sin embargo, es por aquí que nos llega la segunda condición que esta pieza de Bach nos ofrece: la compasión por nuestra propia existencia. Sus notas nos ofrecen el reposo del no-juicio, de la no-exigencia, del no-menosprecio, de la no-desvalorización. Nos interrogan a cómo nos miramos nosotros mismos en nuestra propia limitación y torpeza que es a su vez soberbia. Cuantas veces he sentido a través de ella, y de otras piezas de Bach, una mano que me acaricia diciéndome: Tranquilo. Respétate. Esto no es fácil. Vivir, existir no es fácil. Ser lanzado a la existencia es un largo camino de aprendizaje. No te maltrates, no te exijas... anda paso paso y "vete elevando tanto para llegar a ser tan pequeño que llegues así a ser existencia". Esa es una gran condición de esa música de Bach... ser existencia con la existencia. Ser sin fusionarse y a la vez formar parte de ella.

Y justamente esto nos lleva a una segunda pieza que siempre me ha inspirado este aspecto del "andar paso a paso". Se trata del Largo del segundo movimiento del quinto concierto para piano (clavecin) y cuerdas en La, BWV 1056 y que podéis ver en una excepcional interpretación dada por el pianista David Fray.

II. LARGO PARA PIANO Y CUERDAS: EL CAMINO, PASO A PASO, DE LA CONSCIENCIA.


El 2º movimiento corresponde a los 3 primeros minutos del vídeo.

Hay en esta pieza la sensación de que una presencia nos acompaña en este largo camino de aprendizaje, una delicada presencia que nos indica la importancia de la delicadeza en ese "paso a paso" que implica el abrirse a la vida desde la consciencia de la vulnerabilidad y la fragilidad al asumir el hacerse simple criatura, al hacerse pequeño ante la existencia. Escribía en una entrada de mi blog de cine y psicología: "hay una relación directa entre la perturbación de la contemplación del mundo provocada por la dimensión neurótica del caracter y el mundo en si. La intuición profunda de Jung fue que cuando el yo se acerca más al self, hacia la totalidad psíquica, se acerca también a poder contemplar el mundo desde el sentimiento de criatura, siendo entonces cuando nos aproximamos a la manifestación de lo místico, entendiendo que "lo místico" no es "algo más allá del mundo" sino que es el mundo en sí mismo cuando lo podemos contemplar liberados de los elementos neuróticos que interfieren en su contemplación" [5].

El hacerse pequeño es hacerse delicado en el sentido de sentir, y en cierto modo, dejarse invadir en la propia vunerabilidad y en la propia limitación por la inmensidad, el misterio y la inabarcabilidad de la existencia. El sentimiento de criatura es, más allá de la intensidad puntual con el que se manifiesta como experiencia desde un punto de vista religioso, un camino hacia la pequeñez, la pérdida de importancia. Es un camino que no necesita tanto explicar como sentir, que no necesita tanto entender como contemplar. Es el camino propio de la conciencia encarnada en el ser humano que es un camino que va de la dis-cordia original desde la que surge (Lacan) a la con-cordia a la que desea dirigirse (Jung). Es en esa elevación hacia la pequeñez que la música de Bach parece indicarnos que no estamos sólos en ese camino, que la consciencia ya conlleva la delicadeza y la compasión necesarios para abrirnos a la vida cuando la liberamos de las distorsiones neuróticas que nos cierran a ella, liberación que es a la vez el terror, el terror egoico que se experimenta al abrirse a la experiencia de la vulnerabilidad  y de la fragilidad como Kierkegaard nos mostró sobradamente, y así tener que abandonar el mundo defensivo de la neurosis. Nadie mejor que San Pablo pareció captar el camino de la consciencia cuando escribió sus conocidas palabras en las que nos dice: "Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente, entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conoceré como Dios me conoce" [6]. Párrafo en el que a mi me gusta sustituir a Dios por la existencia en sí misma: "Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente, entonces veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conocerá como la existencia me conoce".

El paso a paso de la consciencia tiene mucho que ver con el despojo, el desprendimiento de lo accesorio e inútil. A mi me gusta llamarlo el viaje a la sencillez, que tiene mucho que ver con el viaje a la inocencia, y que encontraremos en otra pieza del maestro Bach. Se trata del adagio del primer movimiento de la Sonata número 3 para violín y piano (clavecin) BWV 1016 en Mi menor, interpretada al violín por Frank Peter Zimmermann.

III. ADAGIO PARA VIOLÍN Y PIANO EN MI MENOR: LA PERFECCIÓN DE LO PEQUEÑO.



Adagio para violin y piano en mi menor.

Hay músicas que invitan al silencio, que nos disponen y nos hacen receptivos a lo sutil, siendo la sorpresa al observar que la sutilidad se encuentra en la sencillez. La consciencia necesita del silencio para elevarse y captar la esencia de lo pequeño, como el violín necesita la base del piano para elevarse en su sentimiento en este precioso movimiento lleno de una extrema y sutil delicadeza. El camino a la sencillez es un camino de vuelta hacia la inocencia. Hace poco escribí una poesía inspirada en este tema y no puedo añadir mucho más que lo que en ella expreso para transmitir lo que siento que esta pieza de Bach nos muestra:

                                                               PEQUEÑA PERFECCIÓN
                 Es la belleza de lo pequeño                                    Y quizá no es el extasiado abrazo
                 espejo del misterio del infinito.                                el pequeño gesto de una manos
                 El éxtasis de la noche estrellada                            que se buscan y que delicadas
                 está en la gota de agua, perfecta,                          se toman, ni el apasionado beso
                 que reposa sobre la hierba verde                           el pequeño gesto de unas miradas
                 que mansamente la recoge.                                    que se encuentran, discretos gestos,
                 Y está en la delicada ala de la                                 pequeños, y que en su pequeña
                 mariposa, frágil lienzo de fantasías,                        perfección, como en un espejo,
                 diseño de un misterioso pincel.                               nos muestran el misterio del amor.

                 Y quizá no son la rosa ni la orquídea                     ¿Y poeta, no están en la sonrisa
                 las pequeñas flores silvestres,                                de un niño, y también en su llanto,
                 más es su pequeña perfección                                ya escritos todos tus versos?
                 la alegría de los bosques y campos.                      ¿No es acaso todo verso
                 Y los pequeños pajarillos ocultos                            un anhelo, todo poema
                 no son el águila majestuosa                                    una desesperación que busca
                 que nos encandila con su vuelo,                             o reniega de ese sencillo gesto
                 más es su pequeñez el humilde                              dónde no hay más que la pequeña
                 canto que da voz a la espesura.                             perfección de la inocencia?


Cuando escuchamos estas tres piezas musicales de Bach, podemos entender perfectamente a John Elliot Gardiner - haciendo especial referencia a su música coral - cuando nos dice acerca del inicio de la Misa en si menor, BWV 232: "La inscripción con sonidos de este triple Kyrie inicial [...] parece casi un acto físico, en el que cada uno de nosotros - como oyente o intérprete - se encuentra implicado individual o colectivamente" [7]. En eso radica la grandeza de Bach, en la implicación, la gravedad que suscita en su oyente - o intérprete como Gardiner nos indica. Algo parecido sucede con el increíble inicio del Oratorio de Navidad y muchas otras obras corales de Bach como sus dos pasiones o en sus cantatas. Pero en Bach hay mucho más que aquí no podemos explorar, por ello iremos volviendo a él en otras ocasiones en este blog.

__________________

[1] Gardiner, John Elliot. La música en el castillo del cielo. Un retrato de Johann Sebastian Bach. Acantilado, Quaderns Crema, pág. 226
[2] Otto, Rudolf. Lo Santo. Lo racional e irracional en la idea de Dios. Editorial Alianza, pág. 19
[3] Ídem anterior, pág. 20
[4] Ídem anterior, pág. 68 
[5] Blog Cine y psicología. 2001 Odisea en el espacio. Mi análisis y aproximaciones. Pulsa aquí para acceder a la entrada
[6] San Pablo. Carta a los Corintios I, 13,
[7] Ver nota 1, pág. 712




domingo, 3 de julio de 2016

URSULA K. LE GUIN: Un mago de Terramar y el arquetipo de la sombra.

Ursula K. Le Guin

... la "realización de la sombra", es decir, la interiorización de la parte inferior de la personalidad, interiorización que no debe confundirse con un fenómeno intelectual [...] se trata de una experiencia y un padecimiento que afecta al hombre en su totalidad. El lenguaje poético ha expresado la naturaleza de aquello que ha de ser comprendido y asimilado tan acertada y gráficamente con la palabra "sombra", que casi sería una arrogancia pasar por alto el uso de este tesoro lingüístico [...] El hombre sin sombra es el tipo de persona estadísticamente más frecuente, el cual cree ser solamente lo que quiere saber de sí mismo. Por desgracia, ni el así llamado hombre religioso ni el que adopta una actitud indudablemente científica constituyen una excepción a la regla. (C. G. Jung) [1]


Junto a Tolkien es Ursula K. Le Guin la autora de literatura fantástica que más aprecio. Pertenece a este tipo de escritores que, como Stanislaw Lem, Ray Bradbury, Bryan Aldiss, James G. Ballard o Philip K. Dick, elevan la literatura de género a un rango de alta literatura, y en la que la figura de la fantasía o la ciencia ficción es utilizada para representar un fondo en el que se mueven las profundas inquietudes y complejidades del ser humano. Como dice nuestra autora: "La ciencia ficción es una gran metáfora de la vida" [2]. Un Mago de Terramar (1968) es una de sus obras fundamentales e inicio de una saga que tuvo su continuidad con Las tumbas de Atuan (1971), La costa más lejana (1972), Tehanu (1990) y En el otro viento (2001). La obra que aquí nos trae es la primera que abre la saga, Un Mago de Terramar, que nos narra la historia de Ged el Mago, o Gavilán como también se le conoce. Recuerdo que mientras la leía yo fui de los que creí que era una obra basada en la obra de Jung, especialmente en relación al arquetipo de la Sombra, y aunque es cierto que Ursula K. Le Guin estuvo muy interesada por su obra, cuando escribió El Mago de Terramar aun no la conocía, lo cual, dadas sus peculiaridades, es sorprendente, o como dice ella misma: "Fue una convergencia" [3]. Y, no obstante, esta obra constituye una excelente metáfora del trabajo con la Sombra, y a ello nos dedicaremos en esta entrada.

I. SOBRE LOS COMIENZOS. PODER, AMBICIÓN Y ORGULLO.

Un Mago de Terramar.
Duny es un niño que muy pronto destaca por su manejo de las artes mágicas. Guiado inicialmente por una bruja, una tía hermana de su madre, pronto empieza a destacar en el manejo de dichas artes. Tras una invasión que sufre Gont, su aldea, Duny se convertirá en un héroe al manipular la niebla y permitir así que las gentes de su poblado puedan deshacerse del invasor. No obstante, y como consecuencia de ese encantamiento, Duny queda paralizado, ciego y mudo, "Ha abusado del poder" dice la bruja, quien no sabe como sanarlo. Sólo la llegada del mago Ogion le sacará de ese estado. Este mago, percibiendo sus cualidades, reclama que pronto se le de su verdadero nombre. Así, al cumplir los trece años, Duny es despojado de su nombre y recibe del mago su nombre verdadero: Ged, a quien se le conocerá con el sobrenombre de Gavilán.

- La primera manifestación de la Sombra: la avidez de poder y el orgullo.

Ogion se lleva al joven con él para que empiece a aprender el arte de la magia, pero Ogion nada le cuenta de ella. Esto impacienta al joven, quién ávido de "ser iniciado en los misterios y la maestría del poder" no entiende que pretende el mago con simplemente hacerle reconocer plantas, mandarlo al monte y, como mucho, aprender el lenguaje de las runas. Es en esta fase cuando Ogion ya introduce a Ged a una de las cualidades con la que tiene que ir unida el poder: la humildad. Ante la insistencia de Ged por aprender las artes mágicas Ogion le responde:

Ogion: "Ya has comenzado"
Ged: ¡Pero si aun no he aprendido nada!
Ogion: Porque no has descubierto lo que estoy enseñándote [...] Tu quieres hacer magia [...] Demasiada agua has sacado del pozo. Aguarda. Llegar a ser hombre requiere paciencia. Llegar a dominar los poderes requiere nueve veces paciencia [...] Para oír hay que callar. [4]

En una de sus excursiones por el bosque conoce a una joven llamada Re Albi quien resultará ser la hija de una bruja, de hecho, ella misma ya es casi una bruja. Ged, sin embargo, no toma muy en cuenta las advertencias de Ogion, siendo tentado por la muchacha quien le insiste en que le muestre sortilegios y encantamientos. Como Ged aun no puede hacerlo le da largas hasta que la muchacha tienta a su orgullo:

Re Albi: ¿No será que tienes miedo?
Ged: No, no tengo miedo.
Re Albi - sonriendo con un ligero desdén -: Tal vez eres demasiado joven.

Esto Ged no pudo soportarlo. No dijo mucho, pero resolvió que le probaría quien era. [5]


Su orgullo le lleva a engañar a Ogion y bajando sus libros intenta encontrar un sortilegio. Así mientras lee uno de los conjuros "sintió que un horror estaba invadiéndolo. Tenía los ojos magnetizados, y no pudo levantarlos hasta que hubo leído el conjuro". [6] Y la narración continua:

... el horror crecía en él, parecía atarlo a la silla. Tenía frío. Espiando por encima del hombro vio algo agazapado junto a la puerta cerrada, un informe grumo de sombra más oscuro que la oscuridad. Parecía reptar hacia él, y susurrar llamándolo, pero las palabras eran incomprensibles para Ged. [7]

Sólo la entrada de Ogion interrumpe esa oscuridad. Tras explicarle avergonzado lo sucedido Ogion le dice a Ged: "¿Nunca has pensado que así como hay oscuridad alrededor de la luz, también hay peligro alrededor del poder? Esta magia no es un juego al que nos dedicamos por placer o halago. Piénsalo: en nuestro Arte, cada palabra que pronunciamos, cada acto que ejecutamos es para bien o para mal. ¡Antes de obrar o hablar hay que conocer el precio!". [8]

Tenemos así, enunciado ya en el primer capítulo del libro, dos elementos importantes de reflexión: el peligro de vincular el poder con la ambición y el orgullo. Ged será víctima de su inconsciencia en relación a su orgullo y voluntad de poder y, como Jung nos describe,  éste es uno de los elementos más comunes en relación a la Sombra: su proyección en el entorno. Cuando nuestro yo se resiste con vehemencia a reconocer ciertos aspectos de su personalidad debido a la excesiva presión moral, estos contenidos son generalmente proyectados sobre el otro, como le va a ocurrir a Ged con un personaje que encontrará en su traslado a la isla de Roke, donde reside la escuela de las Altas Artes de magia.

II. LA SOMBRA: PROYECCIÓN E IDENTIFICACIÓN.

- La segunda manifestación de la Sombra.

Ged y la Sombra.
Como Ogion le comentará más tarde aquella sombra que logró apartar con su presencia no era aun la sombra: "Aquel no era más que el presagio, la sombra de una sombra". [9] Aquella sombra de una sombra no era más que un un aviso de aquello de lo que Ogion advierte al joven aprendiz Ged, de que allí donde está el poder se halla el peligro, y donde la luz cerca se halla la oscuridad, y que hay que estar muy atento para comprender estas sutilidades (para oír hay que callar). Pero Ged no aprende. En la isla de Roke conocerá a un joven aprendiz de mago llamado Jaspe, engreído y orgulloso, cínico y desafiante con Ged. Como antes con Re Albi, Ged, quien no le soporta, reaccionará una vez más ante sus cinismos y desafíos. Efectivamente, y como indica Jung, esta sobrerreacción de Ged con Jaspe, su apego, se corresponde con la proyección. En el fondo Jaspe no es más que un espejo del exceso de soberbia y orgullo del propio Ged. Y como resultado de ello Ged volverá a hacer una invocación indebida para llamar a un espectro que, como consecuencia, tendrá la liberación, a través de una grieta en la urdimbre del mundo, de una extraña sombra negra que se lanza sobre Ged y de la cual será momentáneamente liberado por la intervención del Archimago Nemmerle quien perecerá en su intervención. Ged queda profundamente afectado física y psíquicamente por este esfuerzo y, como consecuencia de ello, Ged quedará "curado" de los excesos provocados por su orgullo y arrogancia si bien Ged aun no reconoce, sino tan solo vagamente, que aquello que se ha liberado tiene que ver con él.

- El viaje del héroe (I)

En Un mago de Terramar, Ursula K. Le Guin sigue un camino parecido, pero no igual, al de Robert Louis Stevenson en "El misterioso caso del Doctor Jeckyll y Mister Hide". Se produce una escisión entre Ged y su sombra que por el argumento de la historia se opone al de Jeckyll cuando propone como solución al sufrimiento y la contradicción humanas la separación de ambas personalidades: "me había acostumbrado a acariciar con delectación, como un dulce sueño, la ida de la separación de esos elementos. Si cada uno de ellos - me decía - pudiera ser alojado en una personalidad distinta, la humanidad se vería aliviada de una insoportable pesadumbre" [10]. De entrada la escisión no es aquí reconocida inicialmente y, de hecho, el tema se plantea como el punto de partida del viaje del héroe tal y como nos lo describe Joseph Campbell:

Una ligereza - aparentemente accidental -revela un mundo insospechado y el individuo queda expuesto a una relación con poderes que no se entienden exactamente. Como Freud ha demostrado, los errores no son meramente accidentales. Son el resultado de deseos y conflictos reprimidos. Son ondulaciones en la superficie de la vida producida por fuentes insospechadas. Y estas pueden ser muy profundas, tan profundas como el alma misma. El error puede significar un destino que se abre. - la negrita es mía - [11]

- La confrontación con la Sombra.

En éste punto Ged inicia su viaje sin saber aun con quién se las ve (sólo sabe que se trata de un ente de la oscuridad), y como consecuencia del poder de esa Sombra Ged se ve impelido a huir, puesto que de "alguna manera" sabe que está  relacionada con él. Sin embargo, y tal y como la historia nos va a mostrar, el anhelo del Dr. Jeckyll no se cumple pues no se puede separar en partes aquello que necesita encontrarse. Tras la aparición de la Sombra, el miedo lleva a Ged a huir de ella, a pesar de que él sabe que ésta siempre le perseguirá. Cuando más adelante la situación se invierta, y sea Ged quien la persiga será la Sombra la que huirá. En todo caso ambos personajes están vinculados, y ésta doble búsqueda puede entenderse desde dos posiciones distintas en relación al arquetipo de la sombra. Una es el camino de la identificación o, como también se llama, la posesión por la Sombra, caracterizado por el poder que adquirirá ésta si vence a Ged (convirtiéndose en un ente maléfico con un gran poder mágico), es decir, que si la sombra posee al individuo, éste es lanzado a conductas dominadas por la pulsión de muerte o por su proyección como pulsión de destrucción (aquello que Jung denominaba la Sombra como Mal absoluto) que siempre tienen un efecto devastador en las relaciones humanas, tanto a nivel individual como colectivo (los genocidios, el terrorismo, etc). Por el contrario, el otro camino es el de la integración, es decir, la incorporación de los aspectos de la Sombra a la luz de la consciencia, tanto aquellos que hay que incorporar por necesarios si bien reprimidos como consecuencia de las miopías sociales, como aquellas con las que es necesario convivir y aprender a manejarse y que constituyen, como ya hemos citado, los aspectos esencialmente más pulsionales.

III. LA CONFRONTACIÓN CON LA SOMBRA.

- El viaje del héroe II. Las pruebas.

El dragón de Pendor
Como dice Joseph Campbell:

Una vez atravesado el umbral, el héroe se mueve en un paisaje de sueño de formas curiosamente fluidas y ambiguas, en donde debe pasar por una serie de pruebas y experiencias milagrosas. El héroe es solapadamente ayudado, por el consejo, los amuletos y los agentes secretos del ayudante sobrenatural que encontró antes de su entrada en esta región. O pudiera ser que, por primera vez descubra aquí la existencia de una fuerza benigna que ha de sostenerlo en este paso sobrehumano. [12] 

Tras recuperarse de ese ataque inicial de la Sombra Ged finaliza sus estudios como mago y decide finalmente marchar, abandonar la seguridad de Roke. Allí seguirán las pruebas de iniciación donde Ged demostrará que ya no es aquel muchacho engreído, orgulloso y ávido de poder. Dispuesto a no poner en peligro al poblado de la Baja Torninga que le tiene por mago, partirá no sin antes dejar zanjado su problema con el Dragón de Pendor, quien le tienta con decirle el verdadero nombre de la Sombra (en la historia poseer el verdadero nombre de las cosas es obtener poder sobre ellas). Ged no cede y logra que el dragón dé su palabra de no atacar más el poblado tras revelarle que conoce su verdadero nombre. Temeroso, el dragón accede. Más adelante, y tras otro peligroso ataque de la Sombra, Ged recaerá en la extraña corte de Terrenon donde le recibirá una joven alta, vestida de blanco y plata, de una gran belleza y que le pregunta si la reconoce. Ged no recuerda. Esta joven, de nombre Serret, resultará ser Re Albi, la pequeña bruja que conoció cuando empezó su aprendizaje con Ogion. Casada con Benderek, el señor de Terrenon - tres veces mayor que ella -, Serret le hablará de una gema de gran poder que se guarda en el castillo: el Terrenon. Tras contarle su origen y sus propiedades mágicas Ged pasará aquí la prueba de la tentación al que la someterá la joven tentándole a que la use, y tentándole de nuevo a través del orgullo:

Serret: ¿Quieres hacerle una pregunta ahora?
Ged: No.
Serret: Te contestará.
Ged: No tengo nada que preguntar.
Serret: Podría decirte - murmuró Serret con una voz dulce - como derrotar a tu enemigo.
- Ged no despegó los labios -
Serret: ¿Le tienes miedo a la piedra? - preguntó ella como si no pudiera creerlo; y el respondió: Si. [13]


Ged ha aprendido del peligro de manejarse con las fuerzas desconocidas y que tienen la capacidad para romper el sutil equilibrio de la luz y las tinieblas, de la muerte y la vida, del bien y del mal. Serret volverá a insistir tentándole con que el Terrenon le puede decir el nombre de la Sombra y que no le hará pagar ningún precio por ello. Ged empieza a flaquear en su voluntad, pero finalmente esta prevalecerá: "Es la luz lo que triunfa sobre la oscuridad - dijo, tartamudeando -, la luz". [14] Al final se revela de nuevo la utilización que Serret quería hacer de Ged haciéndolo cautivo del Terrenon.

Una de las grandes aportaciones de Jung fue dotar al inconsciente, a través del arquetipo de la Sombra, de una personalidad: "... la sombra es una parte viva de la personalidad, y por eso también quiere vivir, de un modo u otro. No es posible eliminarla demostrando su inexistencia, ni con sutiles argumentos, transformarla en algo inocuo. El problema es de una dificultad desproporcionada, porque no sólo pone a la defensiva al hombre, en su totalidad, sino que  al mismo tiempo le recuerda su desamparo e impotencia" [15]. Y así, tras esta aventura de Ged en el reino de Terrenon retorna a Gont y allí se reencuentra con Ogion, su primer maestro al que reconocerá como su verdadero maestro y quien le dará el cambio de orientación que le permitirá dejar de huir de la posesión por la Sombra a su integración.

Si continuas así, si sigues huyendo, dondequiera que huyas siempre encontrarás el peligro y el mal, porque es ella la que te lleva, la que elige tu camino. Eres tu quien ha de elegir. Tienes que hostigar a quien te hostiga. Tienes que perseguir al cazador. [16]

Una bonita manera de definir los riesgos de ser inconscientes de nuestra propia Sombra. Si nos mantenemos inconscientes de ella, ella será finalmente quien determinará nuestro camino. Las palabras de Ogion llevan a Ged a invertir el sentido de la caza, y será ahí él quien parta a la búsqueda de la Sombra y esta quien huirá. Una vez más, y en palabras de Joseph Campbell, Ged se dirige ahora hacia la prueba final o el encuentro traumático que se encuadra dentro de la lucha del héroe con el monstruo, o como dice Jung: "La lucha que establece la consciencia por liberarse del letal abrazo del inconsciente" [17].

IV. EL ENCUENTRO FINAL Y LA INTEGRACIÓN DE LA SOMBRA.

Al encuentro con la Sombra
Solo en el silencio la palabra, solo en la oscuridad la luz, solo en la muerte la vida; el vuelo del halcón brilla en el cielo vacío (Canción de Ea)

Sale así Ged dispuesto a enfrentarse con la Sombra. A bordo de un pequeño bote llamado Miralejos navega por el mar dispuesto a encontrarla. En el camino de esa búsqueda Ged se va dando progresivamente cuenta de su estrecha relación con esa Sombra, y así, acompañado en su aventura por Estarriol, un viejo amigo de los tiempo de Roke, le dice:

Creo que cuando dejé de huir para volverme contra ella, el hecho mismo de que empleára mi voluntad en perseguirla, le dio apariencia y forma, aunque también impidió que me quitara fuerzas. Todos mis actos se repiten en ella como un eco: es mi criatura, [18]

Tras un nuevo enfrentamiento con la Sombra en pleno mar, la consciencia de Ged alrededor de su vínculo con la sombra se va haciendo más y más clara, comprendiendo finalmente que en este persecución no hay finalmente ni cazador ni cazado, ni perseguidor ni perseguido: "Ya no había terror. Ya no había alegría. Ahora él no era el cazador ni la presa. La aventura ya no era un episodio de caza [...]  Ahora sabía, y era cruel saberlo, que su tarea nunca había consistido en tratar de deshacer lo que había hecho sino en terminar lo que había empezado". [19]

El encuentro con la Sombra.
Finalmente se produce el descenso a los infiernos del viaje del héroe. Ged ahora ya sabe algo fundamental, el nombre de la sombra: Ged. En un paisaje desolado, oscuro, de ensueño, se producirá el encuentro.Ged sabe ahora que su sombra no es más que él mismo y así, con ese consciencia, se dirigirá hacia ella. Hay una poesía del gran poeta Mexicano Jaime Sabines que define muy bien la Sombra en relación a la Máscara, la personalidad adoptada que siempre implica una rechazada, y que dice:

               SOMBRA, NO SÉ, LA SOMBRA,
               herida que me habita,
               el eco.
               (Soy el eco del grito que sería).
               Estatua de luz hecha pedazos,
               desmoronada en mí;
               en mi la mía,
               la soledad que invade paso a paso
               mi voz, y lo que quiero, y lo que haría.
               Este que soy a veces,
                                                                             sangre distinta,
                                                                             misterio ajeno dentro de mi vida.
                                                                             Este que fui, prestado
                                                                             la eternidad
                                                                             cuando nací moría.

Finalmente se produce el encuentro y, nunca mejor dicho, se trata de un encuentro, no de una ejecución ni de victorias ni de derrotas. El encuentro es descrito por Le Guin de una manera poética, llegando el momento culminante cuando ambos, Ged y su sombra, se dicen simultáneamente el nombre:

En voz alta y clara, rompiendo aquel viejo silencio, Ged pronunció el nombre de la sombra, y en el mismo instante, habló la sombra, sin labios ni lengua, y dijo las misma palabra: - Ged -. Y las dos voces fueron una sola voz.

Ged soltó la vara, extendió los brazos y abrazó a la sombra, a la negra mitad que reptaba hacia él. Luz y oscuridad se encontraron, se fusionaron, se unieron. [20] (la negrita es mía)

La obra concluye haciendo evidente la metáfora de la integración de la sombra:

Ged no había ganado ni perdido. Al nombrar a la sombra de la muerte con su propio nombre se había convertido en un hombre entero que nunca sería poseído por otro poder, y que viviría sólo por la vida misma, y nunca al servicio de la ruina, el dolor, el odio y la oscuridad. [21]
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[1] Jung, C. G. La dinámica de lo inconsciente. OC 8. Editorial Trotta, par. 409
[2] Una entrevista muy interesante de El País (26/10/2012)
[3] Ver nota anterior
[4] K. Le Guin, Ursula. Un mago de Terramar. Editorial Minotauro, págs. 30 y 31
[5] Ver nota anterior, pág. 35
[6] Ver nota anterior, pág. 36
[7] Ver nota anterior, pág. 36
[8] Ver nota anterior, pág. 37
[9] Ver nota anterior, pág. 153
[10] Stevenson, R. Louis. El misterioso caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hide.
[11] Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. FCE, pág. 54
[12] Ver nota anterior, pág. 94
[13] Ver nota 4, pág. 139
[14] Ver nota 4, pág. 143
[15] Jung, C. G. Los arquetipos y el inconsciente colectivo. OC 9/1. Editorial Trotta, par. 44
[16] Ver nota 4, pág. 153
[17] Jung, C. G. Símbolos de transformación. OC Volumen 5. Editorial Trotta, par. 251
[18] Ver nota 4, pág. 188
[20] Ver nota 4, pág.209