domingo, 4 de enero de 2015

SOBRE LOS ÚLTIMOS POEMAS DE HÖLDERLIN: EL OSCURECIMIENTO LUMINOSO.

El hombre no habita el cielo, en donde todo carece de distancia. No obstante tiene el cielo ante él, cuya evidencia lo mide. Y a lo que se arriesga poéticamente es a volverse hacia él con sus "pupilas en alerta", una mirada exacta, infinita, en el momento preciso, en el momento perfectamente calculado: en cualquier instante, puesto que él es el instante de tal cálculo:

                                Y, si puedes, dirige hacia esta luz
                                Tus ojos, ¡a la luz que lo ve todo!

La mirada exacta no se apropia de su visión. La mirada mira aquello que la ve, desde cada vez más lejos en la unidad de todo. La mirada toca este deslumbramiento, su inminencia, su tránsito ínfimo, inaprehensible, nunca seguro y, sin embargo, tan claro y real. Jean-Luc Nancy [1]




Friedrich Hölderlin fue un poeta en el que me adentré tardíamente, a los treinta y siete años y, sin embargo, mi primer trabajo de poesía y terapia lo realicé con sus poemas. Como muchas cosas en mi caso empezaron por un título que me llamó la atención, "Poemes de l'entenebriment", que se traduce al castellano como Poemas del oscurecimiento. Este libro cuenta con una maravillosa traducción de Manuel Carbonell al catalán en "Quaderns Crema" de la poesía tardía de este poeta romántico alemán escrita desde su reclusión, a sus treinta y siete años, por una enfermedad psíquica de tipo psicótico (probablemente una esquizofrenia hebefrénica), en el torreón de la casa del ebanista Zimmer en Tubingen, quien lo tomó a su cuidado durante treinta y seis años  - sufragados los costes por la madre de Hölderlin -. Scardanelli es el nombre con el que esos versos fueron escritos por el poeta desde la ventana de aquel torreón.

Su lectura me dejó atónito. Desde el primer momento me di cuenta de que la mirada desde la que se escribían aquellos versos era una mirada hasta entonces desconocida para mí. ¿Enfermo? - pensé -. Tan sorprendido quedé que no dudé que tenía que hacer algo con la belleza que se desprendía de ellos. Así medité hacer mi primer trabajo de poesía y terapia con Hölderlin, y así, de paso, llegué a una sorpresa aún más profunda para mí. Cuando empezaba a recitar aquellos versos en voz alta, invariablemente, una vez tras otra, no tardaba mucho tiempo en llorar... en llorar con un lloro profundo que, en aquellos momentos, no sabía de donde surgía, sólo sabía que tenía que ver con aquella belleza que emanaban de sus versos al ser pronunciadas por mi voz. ¿Era su fuente aquel enigma al que Hölderlin se refería en uno de sus poemas?

Imágenes que a la plenitud del día a los hombres muestran,
En el verdor de la llana lejanía,
Antes de que la luz decline en el crepúsculo,
Y la tenue claridad dulcemente serene los sonidos del día.

Oscura, cerrada, parece a menudo la interioridad del mundo,
Sin esperanza, lleno de dudas el sentido de los hombres,
Más el esplendor de la Naturaleza alegra sus días
Y lejana yace la oscura pregunta de la duda. [2] [I]

(Abajo, en números romanos, (I) de la entrada tenéis la traducción de Manuel Carbonell al catalán, a mi entender más sutil y bella que la castellana).

¿A qué enigma, a qué pregunta se refiere el poeta? ¿Era el enigma del sentido que me hacía llorar cuando en voz alta recitaba los versos de Hölderlin? Poco a poco fui comprendiendo lo que Jean-Luc Nancy expresa tan bellamente en el texto extraído de su ensayo dedicado a Hölderlin y que encabeza esta reflexión. Se me hizo claro que los versos de Hölderlin transmitían no aquello que su mirada veía, sino aquella mirada con la que la suya se sentía vista al mirar (Y, si puedes, dirige hacia esa luz tus ojos, / ¡A la luz que lo ve todo!). Cuando recitaba sus versos sentía eso exactamente, yo me sentía mirado por sus versos y sabía que a través de ellos era otra mirada la que me llegaba: sus versos eran el intermediario. ¿Qué era aquello que me miraba? Poco a poco algunos poemas, algunos versos por aquí y por allá, leídos y recitados una y otra vez, daban pequeñas respuestas al enigma...

Otorgado en su interior es a los hombres el sentido,
Hacia lo mejor él ha de guiarlos,
Esa es la meta, la verdadera vida,
Ante la cual más espiritualmente los años van contando. [II]

Cita Hölderlin aquí "el sentido" casi como lo hacen los taoístas. Los poemas del oscurecimiento parecen ajustarse a ese ritmo que Lao Tzé da al Tao en su Tao te King:

EL SENTIDO siempre está fluyendo.
Pero cuando actúa, jamás se desborda.
Es un abismo, como el origen de las cosas.
Desenreda las confusiones.
Suaviza las aristas.
Modera el brillo.
Se une con el polvo.
Es profundo, y aun así, parece real.
No sé de quien es hijo.
Parece anterior a Dios. [3]

En todo caso, los poemas de Hölderlin nos sugieren que "el sentido" requiere distancia, una distancia que, a su vez, y paradójicamente, nos aproxima a él.  Sólo esa distancia nos ofrece la mirada de este sentido desde el mundo contemplado como un cuadro, como un Todo.  Y esa mirada que deviene del cuadro nos hace sentir ese íntimo sentido en nosotros mismos y de nosotros mismos con el mundo, de repente, aun de lejos, nos incluye en el cuadro. Sólo esa lejanía nos acerca al ritmo del sentido que nos marca con su mirada:

Pasan los días con susurros de apacibles vientos,
Más cuando sus nubes arrebatan el esplendor de los campos,
El confín de los valles se une al crepúsculo de las montañas,
Allí, donde las olas de la corriente caen confundiéndose.

Alrededor se muestran las sombras de los bosques,
Por ella se desliza lejano un arroyo,
Y la lejanía ofrécese como un cuadro en las horas,
En las que el hombre a sí mismo se encuentra. [III]

El torreón de la casa de los Zimmer
en la actualidad restaurado.
Hay un enorme parecido entre esta sensación que describo y las reflexiones que Lacan hiciera en su seminario X (Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis) en relación al concepto de la mirada. Dice al respecto:

No soy simplemente ese ser punctiforme que determina su ubicación en el punto geometral desde donde se capta la perspectiva. En el fondo de mi ojo, sin duda, se pinta el cuadro. El cuadro, es cierto, está en mi en ojo. Pero yo estoy en el cuadro.

Lo que es luz me mira y, gracias a esta luz, en el fondo de mi ojo algo se pinta - que no es simplemente la relación construida, el objeto sobre el cual el filósofo se demora - sino impresión, chorro que mana de una superficie que no está para mí, de antemano, situada a su distancia. Esto hace intervenir lo que está elidido en la relación geometral - la profundidad de campo, con todo lo que presenta de ambiguo, de variable, de no dominado por mí en absoluto. Ella es más bien la que se apodera de mí, la que me solicita a cada instante, y hace del paisaje algo diferente a una perspectiva... [4]

Y es así que los poemas de Hölderlin eligen una profundidad de campo desde el que la luz que le mira incluye el sentido para el ser humano en los ritmos de la vida en la Naturaleza y en la visión de los cambios que comportan. Es ese ritmo de la naturaleza el ritmo recogido en los versos de Hölderlin para, a través de sus palabras, manifestar su "íntimo sentido":

La vida es la tarea del hombre en este mundo,
Y así como los años pasan, así como los tiempos hacia lo más
          Alto avanzan,
Así como el cambio existe, así
En el paso de los años se alcanza la permanencia;
La perfección se logra en esta vida
Acomodándose a ella la noble ambición de los hombres. [IV]

Dice Heidegger en uno de sus estudios sobre Hölderlin y su poesía (La tierra y el cielo en Hölderlin):

Para el ánimo tranquilo y dichoso del poeta, tanto tierra y cielo como los dioses escondidos en lo sagrado, todo está presente en el conjunto de la naturaleza que se levanta y surge originariamente. Ella se le aparece al poeta bajo la forma de una luz especial.

[...] Esta luz es esa misma claridad que en la mentada capacidad de devolver los rayos de luz o reflejar la aparición, es decir, en la fuerza de reflexión,  otorga a todo lo que viene a la presencia la claridad de la presencia.  [5]

Y así vivir la vida en los ritmos de la Naturaleza parece un lento despojarse de uno mismo y dejar que esa luz que nos mira, esa claridad de la presencia, al mirarla nos vaya esculpiendo de una manera distinta. Es una rendición a la vez que una entrega. Dice María Zambrano:

... el corazón del hombre contiene por su parte el anhelo de ver y ser visto; de amar y ser amado. Y es ansia lógica pues sólo la visión será perfecta cuando ninguna oscuridad haya sido abandonada a su propia suerte, cuando lo más sombrío de la caverna que es el corazón humano ascienda a la luz también. Y el cuerpo mismo transfigurado pueda entrar, sin dejar de ser cuerpo, en el replandor de la luz y pueda ser traspasado por ella sin haber dejado de ser cuerpo. Entonces el reino de la Visión, del Dios que ve, estará logrado. [6]

Y quizá por ello Hölderlin nos advierte que para ello "hay que vivir", asumir el riesgo de querer vivir. Y ello significa que hay que afrontar las dificultades que nos deparamos nosotros mismos en ese largo camino más allá de aquellas que la vida nos depara. Avenirse con el sentido es un proceso de despojamiento que se alcanza con la experiencia de vivir y de mantener "las pupilas en alerta". No es tarea para temerosos dice el poeta:

Cuando ya más allá de todo un hombre
Contempla y entiende el curso de la vida,
Ser feliz logra; más aquel que ante los peligros tiembla
Es como un hombre que por vientos y tempestades fuera
       Dominado. [V]

Versos que nos recuerdan los célebres de su Himno a Patmos: "Cercano está el dios y difícil es captarlo. / Pero donde hay peligro crece lo que nos salva".

Fue así, verso tras verso, como comprendí que mi lloro procedía de mi propia voz y de algo que formando parte de ella no era de ella. De repente comprendí - parodiando el texto de Lacan arriba citado - que al recitar aquellos versos mi voz era tomada por su ritmo definiendo un tono, el tono de mi voz al recitarlos. Mi voz es mi voz, los versos son los versos, pero el tono es el espacio intermedio que comparten y en el que se determinan, la profundidad de campo. Nunca había experimentado tal cosa. Mi voz era tomada por los versos como estos lo eran por el ritmo del sentido al que Hölderlin se refería constantemente:

La vida es en la armonía de las estaciones,
Naturaleza y Espíritu al sentido escoltan,
Y Una es la perfección en el Espíritu,
Así mucho se encuentra, y en la Naturaleza la mayor parte. [VI]

Con los poemas de Hölderlin, con su belleza y el sosiego de sus ritmos, sucede algo que describe una vez más Lacan acerca de la contemplación de un cuadro:

La mirada opera en una suerte de descendimiento, descendimiento de deseo, sin duda [...] Modificando la fórmula que doy del deseo en tanto que inconsciente - el deseo del hombre es el deseo del Otro - diré que se trata del deseo al Otro, en cuyo extremo está el dar-a-ver.

¿En qué sentido procura sosiego ese dar-a-ver - a no ser en el sentido de que existe en quien mira un apetito del ojo? Este apetito del ojo al que hay que alimentar da su valor de encanto a la pintura. Valor que hemos de buscar en un plano mucho menos elevado del que se supone, que hemos de buscar en lo que pertenece a la verdadera función del ojo en tanto órgano, el ojo voraz que es el ojo malo, el mal de ojo. [6]

Y pasa a sí a relacionar ese "mal de ojo" con la envidia (in-videre: poner la mirada sobre algo) a la que, a su vez, pone en relación a la observación de la completitud: Hace que el sujeto se ponga pálido, ¿ante qué? - ante la imagen de una completitud que se cierra. [7]

La mirada de Hölderlin recogía esa completitud que desde la distancia de su torreón plasmaba en sus poemas, y que a modo de cuadros era como se le mostraban los ritmos de las estaciones, los ritmos de la Naturaleza. Quizá desde el oscurecimiento al que le postró su enfermedad, cuando su mirada se dirigía a través de la ventana a la Naturaleza esta se le daba-a-ver y era arrebatado por su luz (¡a la luz que lo ve todo!) y por su profundidad [de campo] que le daba a su mente oscurecida una visión de repente luminosa, clara y despejada, profunda en su sencillez: el era uno formando parte del todo.                                                                                                                
                                                                               
El poema: esa vacilación prolongada entre el sonido y el sentido.  (Paul Valéry)

¿Y qué decir de mí al leer primero sus poemas y recitarlos después? ¿Me ocurría, como dice Lacan, que "hay que llegar a este registro de ojo desesperado por la mirada para captar el fondo civilizador, el factor de sosiego y encantador de la función del cuadro" [8]? No se me hace fácil describirlo pues es obvio que se trata de una experiencia muy subjetiva, pero sí había algo de esa desesperación a la que Lacan, y también María zambrano, se refieren. En la discordancia que Lacan define en la dialéctica del ojo con la mirada pone el ejemplo de la insatisfacción de la mirada en el amor: Nunca me miras desde donde yo te veo, o formulado a la inversa, lo que miro nunca es lo que quiero ver. Sin embargo, mi experiencia con los poemas de Hölderlin era justamente la inversa, y acaso aquí está el núcleo central de la experiencia. Lo que yo percibía era que desde sus poemas "soy mirado desde dónde yo nunca me veo", o el inverso que diría "nunca miro la mirada que me quiere ver"... Ciertamente en mi emoción estaba implícita la belleza de sus poemas y la completitud que transmitían y, no obstante, había algo más, algo que tenía que ver intrínsecamente con "la mirada", la mirada que yo sentía recibir sobre mí a través de mi tono de voz cuando los recitaba  - en ese asunto la voz y su tono fue fundamental - , un algo que me llegaba con especial intensidad. Completitud si, belleza si... y no solo eso. Pude precisar poco a poco que lo que me llegaba a través de recitar aquellos versos, a través del tono con que los recitaba, era compasión. Es ahí donde me sentía mirado, desde dónde yo nunca me veía, aquello que no me permitía ver. La lectura de estos poemas me tomó por sorpresa y, de repente, me sentí mirado por aquello que yo esquivaba, la compasión me encontró a mi, su mirada sorprendió la mía. La compasión se me daba-a-ver y ponía de relieve el deseo que yo tenía de esa mirada, una mirada que era no deseo de deseo, sino deseo de compasión, también de comprensión. Mirada que finalmente confería existencia y que otorgaba libertad. Ese era el origen de la profundidad de mi lloro. De repente, con mi experiencia, comprendí algo importante: la compasión es el sentido, o mejor dicho, la compasión unge de sentido.

                                                                             Vivimos en la mitad de la noche. Y desde hace años a mi solo me
                                                                             ilumina en la noche la luz de Hölderlin. (Walter Benjamin)

A modo de final, quiero comentar que hay una mirada que representa mi experiencia particular con los poemas últimos de Hölderlin, una mirada que coincide con el tono de voz, una mirada protagonizada por el actor Victor Sjöström en su maravilloso y entrañable papel del octogenario doctor Isak Borg en la película Fresas Salvajes (Ingmar Bergman, 1957). Es en la escena final de la película, cuando después de un largo y difícil "darse cuenta" en un largo recorrido por su vida (la profundidad de campo), paralelo al viaje que realiza desde su casa a la Universidad que le otorga un "doctor honoris causa", recoge esa mirada de comprensión y esa compasión por la que finalmente halla el sosiego y la paz. Acabaremos así con el rostro del doctor Borg y su mirada en esta reflexión a todas luces incompleta y un tanto inconexa sobre un hecho que, no obstante, fue muy importante para mi.

La mirada de Isak Borg (Victor Sjöström)


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[1] Nancy, Jean-Luc. Lugares divinos y Cálculo del poeta. Arena Libros, pág. 114
[2] Hölderlin, Friedrich. Poemas de la locura. Ediciones Hiperión.
[3] Tzé, Lao. Tao Te King (versión de Richard Wilhelm).  Edhasa.
[4] Lacan, Jacques. Seminario X. Lo cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.  Paidós, pág. 103
[5] Heidegger, Martin. Aclaraciones a la poesía de Hölderlin. Alianza editorial, pág. 179
[6] Zambrano, María. El hombre y lo divino. Breviarios FCE, pág. 132
[7] Ver nota 4, págs. 121 y 122
[8] Ídem anterior, pág. 122
[9] Ídem anterior, pág. 123

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[I]                                                                  
El dia obert lluu clar amb imatges per a l'home
I el verd es mostra des de rases llunyanies,
Abans de pondre's el crepuscle llum del vespre,
I resplandor mitigui dolç el clam del dia.
Sovint el dins del mon es veu reclòs, hermètic,    
El pensament de l'home, ple d'enuigs, de dubtes,
L'espléndida natura li asserena els dies
I lluny del dubte hi ha l'obscur enigma.

[II]
El seny ha estat donat el cor dels homes,
Perquè el millor, reconeguts, s'inclinin,
Que valgui com a fita n'és la vera vida.
Davant seu anys de vida en esperit s'acreixen.

[III]
Els dies van passant amb brums de dolces brises,
Quan amb els núvols esbarrien camps magnífics,
La vall extrema ateny crepuscles de muntanyes,
Allà on gorga avall el fil dl riu es trena.

Del bosc hom veu esteses al voltant les ombres,
Enllà dellà on el torrent també s'escola,
I es veu la imatge del llunyá en les hores,
Quan l'home hi ha trobat sentit en ella.

[IV] 
LLançats estan en aquest mon els homes a la vida,
Com són els anys, com més amunt els temps aspiren,
I com el canvi, molt de ver es perdurable,
Que el llarg del anys alló que dura arriba a ésser;
Perfecció s'espleta així en aquesta vida,
I s'hi junyeix el más noble aspirar dels homes.

[V]
Quan vida enllá un home pot trobar-se
I aixó comprendre, com la via es fa sensible,
Es bo; però qui del perilla s'esquitlla,
Es com un home batut per vents i tempestas.

[VI]
Es de l'acord dels temps que neix la vida,
Que sempre el seny natura i esperit escorten,
I en l'esperit perfecció es Una,
Així neix molt, i quasi tot, de la natura.



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